viernes, 30 de noviembre de 2012

Una mirada al infinito


Una mirada que sucede en un relampagueo puede cambiar el curso de una historia, donde el camino es desconocido. Esto sucede con la persona que menos esperas y en la situación más rara. Helena era una niña seria, distraída, pero muy inteligente. De vez en cuando, se subía al techo de su casa a hurtadillas. Le gustaba contemplar el cielo nocturno. Ella pensaba que en ese grandioso y misterioso lugar habría otros mundos; otros seres como nosotros preguntándose si son los únicos en el universo. Algo le decía a Carolina que no estaba sola. Pasaban una, dos horas y en ese tiempo ella imaginaba historias asombrosas con seres increíbles de otros planetas, esto la mantenía entretenida de una vida que ella consideraba aburrida. Ella iba en una secundaria de una pequeña ciudad, todo era rutinario. Sus compañeros eran molestos, en realidad. No le interesaba entablar conversación con ellos porque le parecían muy infantiles o quizás ellos la consideraban muy rara para hablarle. Un día ella caminaba para ir a la escuela, hacía tanto calor que el solo hecho de caminar por la calle te hacía sentir como un huevo frito. Ella vio carros de mudanza en su vecindario y disimuladamente echó un vistazo. Pareció ver un hombre, como de unos 40 años cargando con algo que parecía la televisión. En el carro del nuevo vecino, se encontraba un muchacho que bajó del carro con cara molesta y se sentó en el pequeño escalón de la entrada de su casa. El muchacho se dio cuenta de que ella lo miraba y entonces ella se estremeció y volteó para su camino. De pronto, Helena recordó que tenía que llegar a la escuela. El último tramo lo hizo corriendo y unas cuantas gotas de sudor recorrieron su frente. Entró a su clase de matemáticas, se sentó en el asiento que daba a la ventana. Escogía ese lugar porque le gustaba ver el patio de la escuela: las canchas, el pasto, las flores y el sol daban la sensación de tranquilidad. Helena, de pronto se sintió tan a gusto que le dieron ganas de dormir. De repente, en su cabeza, escuchó un murmullo que cada vez se hacía más fuerte: - ¡Helena! ¿Me puedes decir que estás haciendo?, este no es lugar para dormir, ¿Qué te pasa te estoy aburriendo? –No señorita. –Entonces, pongase a hacer los ejercicios. Helena, fastidiada termina los ejercicios rápidamente. De nuevo se asoma a la ventana y se pone a divagar acerca de la existencia de las hadas.

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