lunes, 10 de septiembre de 2012

Un rastreo en la mente de la anciana


Isabel estaba cansada de hacer todas las cosas bien, ella era una muchacha que tenía muy buenas calificaciones en su secundaria, iba a la iglesia casi todos los días, a clases de canto y le gustaba ir a natación. Ella daba una impresión de santa con esta descripción, así que a mediados de la preparatoria decidió ir a fiestas donde se amanecía tomando y platicando con amigos, tenía un novio con el que platicaba, reía, veía películas, jugaba futbol, dormía y otras cosas más de novios. Sus papás parecían dos personas ajenas a ella, sus papás no vivían juntos, pero por ley estaban casados y su mamá pedía fervientemente por que viviera con ella y que asistiera a la pequeña iglesia protestante a la que asistía. En la casa de su mamá era infeliz. Su madre trabajaba en oficina todos los días y a pesar de que el padre les daba lo de la colegiatura y gastos de la casa, ella en las tardes siempre salía con el pretexto de ir a vender joyas y evangelizar para la iglesia cristiana. Por alguna extraña razón, Felipe, su hermano siempre era el bueno y cuando pasaba algo, Isabel era la de los platos rotos. Sus primos llegaban a su casa y se burlaban de su aspecto, ridiculizaban lo que hacía o le quitaban la televisión, si los acusaba, su tía y su mamá no le tomaba importancia pues el chisme que se contaban entre ellas era trascendental. Su abuela habitaba en esa casa y de no haber sido por ella, Isabel no hubiera sentido lo que es un cariño maternal; todos los días, al llegar de la escuela, abrazaba a su abuelita y ella a cambio tenía la comida lista para sus nietos. Dormían en el mismo cuarto y platicaban en las noches, Isabel le gustaba sobarle la espalda a la pobre anciana después de un día de puros quehaceres del hogar pues Patricia, la mamá de Isabel siempre estaba muy ocupada. Con mucho dolor, dejó aquel lugar, donde la demencia simplemente era cancerígena. Su novio la convenció, pues en una de esas pláticas de novios, olvidó apagar la computadora y por el micrófono se escuchó uno de tantos pleitos, donde Felipe se puso muy agresivo y casi la ahorca. La madre llegó al rescate del muchacho –por desgracia de Isabel- y le dijo a ella que tenía el diablo metido. Entonces ella decidió vivir con su papá, aquel personaje distante que ella había escuchado que se trataba de un noble caballero. En los meses siguientes, ella extrañaba su antigüa casa, sobre todo las comidas y apapachos de su abuelita. Isabel sentía un cariño más grande por la anciana que por su madre.

Patricia se puso de novia con un señor bastante mayor que ella. Un día fueron a una excursión al sur del estado. Él venía cansado, Patricia distraída en la parte de atrás junto con su madre y Felipe adelante jugando un videojuego. El conductor cabeceó dos veces, pero en la tercera perdió el control y la carcacha se desvió del camino, rodó, se volteó, sufrieron algunas laceraciones tres de ellos, pero la abuela de Isabel además se fracturó el brazo, la pierna y se golpeó la cabeza, solo supe que la sangre era tanta que se la tragaba y también hubo sangre en la pleura del pulmón, lo que le impedía respirar. Fue llevada por la cruz roja a un hospital, su condición era crítica. Duró 2 semanas en terapia intensiva. Después de esto, su ropa y lo que llevaba puesto fue entregado a Patricia. La familia se vistió de negro.

Isabel me contó que el 2 de mayo fue al panteón a visitar a su abuelita. Ella la extrañaba muchísimo. Cuando se enteró, de todo, sentía que su mundo se desmoronaba, pero gracias a Dios buscó ayuda con un psicólogo en vez de seguir con el fanatismo que para nada curaba su dolor. Pasaron cientos de lunas y su ánimo era el de una muchacha alegre, extrovertida, simpática. Estaba muy atractiva, se había puesto en condición, se maquillaba, se compraba ropa muy bonita. Yo que la conozco desde hace rato, puedo decir que tuvo una gran transformación.
Pasó el tiempo, ella pasó a la universidad y se fue dando cuenta que su papá no era lo que pensaba, era una persona egoísta, confusa, neurótica y esto le daba un profundo dolor y coraje. Tenía mucho resentimiento, por mucho tiempo se lo tragó y ahora le reclamaba a su actual tutor, claro, a su papi no le gustó para nada esto. Te cuento que en tercer año de su carrera, Isabel tuvo una discusión con su padre, él insistía en dominar en asuntos privados  de la vida de la muchacha y le prohibió que viera a su novio para intimar y la castigó con el privilegio de usar el auto para sus vueltas. Ese día vio a la muchacha que tapaba su desnudez con las cobijas. Él como siempre, no la dejó opinar o aclarar y dando terminado el monólogo, el señor se fue a su recamara. Enfurecida ella agarró la lavadora para desquitarse y empezó a golpearla, los golpes se oyeron en el cuarto principal y el padre enfurecido había resurgido como hulk y se abalanzó contra ella y la aventó al sillón. Después se quitó el cinto y la golpeó. Ella gritó pero nadie la escuchaba, ella intentó escapar, pero él se puso en la entrada. Él se calmó un poco y se fue a dormir, ella lloró toda la noche y quedó paralizada.
Pues ya pasó un mes y su padre sigue sin hablarle del asunto o de porque se entrometía en su vida privada. Solo le comentó de forma sádica que los golpes que le dio a la muchacha se los merecía desde chiquita y que no se los había podido dar…

Se dio cuenta de que era hora de decidir, al final sus pensamientos convergieron en que debía soportar unos años más, hasta concluir su carrera.
Le deseo suerte a esta muchacha.

A 10 de septiembre de 2056, veo el expediente de Isabel y sonrío, vaya que sí le fue bien.

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